domingo, 22 de mayo de 2011

Mayo 21, 2011, predicción fallida.

“Cuando despertó, el predicador y el mundo todavía estaban allí”.

(Adaptación del famoso micro cuento de Augusto Monterroso, “El dinosaurio”, para la predicción fallida
del predicador H. Camping, sobre el mega terremoto que sacudiría a la tierra la
tarde de ayer, 21 de mayo de 2011, y que daría inicio al Apocalipsis.)


jueves, 16 de septiembre de 2010

Sobre el nacimiento de nuestra nación

Hay de mitos a mitos…, algunos se crean para deformar o maquillar la realidad –esos que pueden ser no del todo nocivos: sólo desinforman–. Hay otros que, además de desinformar, son letales y determinantes, no sólo para la historia, sino para la consciencia, el carácter y el destino de toda una nación.

Así como el Padre Hidalgo (también padre de muchos hijos) fue el iniciador de lo que luego se convertiría en el movimiento independentista, movimiento que fue continuado por una gran cantidad de hombres y mujeres (algunos verdaderos héroes), el consumador de dicho movimiento fue el general Agustín de Iturbide, ex militar realista, después convertido en insurgente. Fue él quien junto con el último virrey de la Nueva España, Juan O’Donojú y O’Ryan, firmó el Tratado de Córdoba, en agosto de 1821, que daba la independencia a México de España. También fue la cabeza del Ejército Trigarante que luchó y venció a los realistas y españoles y entró triunfal a la ciudad de México, el 27 de septiembre de 1821 (11 años, 11 días después de iniciadas las hostilidades por Hidalgo y compañía, aunque el propósito de éstos haya sido otro). Una vez consumada la guerra de Independencia, quedó a cargo del gobierno provisional de la nueva nación. En mayo de 1822, fue proclamado primer emperador de México, con el nombre de Agustín l.

Sin embargo, en diciembre de ese mismo año el tristemente célebre y antiguo allegado, Antonio López de Santa Anna, empezó a conspirar en su contra logrando que los insurgentes republicanos inconformes con el nuevo imperio conservador se levantaran en armas. Por si fuera poco, el gobierno de los Estados Unidos también conspiraba en su contra, mediante su representante (y después embajador) Joel Robert Poinsett junto con las logias masónicas del rito de York, que dependían de la Gran Logia de Filadelfia, las cuales eran pro doctrina Monroe (“América para los americanos”), además de liberales radicales, anticlericales o anticatólicas y antiespañolas. Con todo esto en su contra, Iturbide se vio obligado a abdicar a la Corona, en marzo de 1823, para evitar ­–según palabras de él– mayores problemas a la nación. Se exilió en Europa (en Italia). Durante esos días de exilio, fue declarado por el Congreso Nacional como traidor a la Patria y fuera de la ley.

En febrero de 1824, Iturbide envió una carta al Congreso Nacional en la cual exponía, a detalle, los graves riesgos que corría la independencia lograda por la recién creada nación. Les hacía ver las maquinaciones urdidas por la Santa Alianza (compuesta por Austria, Prusia, Rusia, Inglaterra y Francia) y por Fernando VII para reconquistar “la Joya de la Corona”: la Nueva España, a la vez que ponía incondicionalmente a disposición de las autoridades –el Congreso Nacional y el Poder Ejecutivo– su espada, es decir su persona con toda su experiencia y sapiencia en contra del posible invasor. El Congreso y el Ejecutivo no lo quisieron escuchar, pues, entre otras cosas, temían que los derrocara, que les quitase el poder, como éstos ya lo habían hecho en su contra. Sin embargo, aprovecharon para ratificarlo como traidor a la Patria, como enemigo del País.

En mayo de 1824, días antes de su embarco a México, se dieron órdenes para aprehenderlo y matarlo, en caso de regresar a suelo patrio; órdenes que el ex Emperador desconocía –pues nunca se las comunicaron– si no hasta que llegó a costas mexicanas.

El 11 de mayo, embarcó en Inglaterra rumbo a México en el bergantín Spring. El 14 de julio llegó a Soto la Marina, Tamaulipas. Nadie de sus antiguos allegados estuvo para recibirlo. Sin embargo, apenas desembarcó y montó su corcel fue reconocido por algunos militares, pues pocos tenían su agilidad, garbo y prestancia en el caballo. Fue conducido con el general Felipe de la Garza, encargado del pequeño puerto, quien lo aprehendió y envió a la Villa de Padilla (entonces capital del estado de Tamaulipas) para que allí el Congreso Local decidiera qué hacer con el insigne preso.

(Aquí cabe hacer una observación sobre este obscuro personaje, Felipe de la Garza. Dos años atrás, este militar había caído preso por parte del Ejército Imperialista. Tenía asegurada la pena de muerte, pues así era como se castigaba a los militares caídos en aquel entonces. Sin embargo, por razones que nadie entiende, el Emperador Agustín I, al verlo tan arrepentido, le perdonó la vida y le restauró los rangos que poseía como militar. Para desgracia de Iturbide, el tal de la Garza no supo corresponder a su benevolencia y, a sabiendas de lo que le esperaba, éste lo mandó a Padilla, al cadalso.)

El Congreso tamaulipeco decidió fusilarlo, sin darle oportunidad alguna de exponer las razones de su regreso a México. Es decir, lo sentenció a pena de muerte sin escucharlo, sin juzgarlo; sólo ejecutó las órdenes que el Congreso Nacional había dictado meses atrás. Agustín de Iturbide murió fusilado el 19 de julio de ese mismo año, a las 6:00 de tarde, en la plaza principal del pueblo, vistiendo un humilde sayal franciscano; no le permitieron vestir su uniforme militar. Horas después, su cuerpo fue trasladado al salón de Congreso estatal para velarlo. Al día siguiente, fue enterrado en un burdo ataúd de madera, en la iglesia local, dedicada a San Antonio de Padua, que se encontraba en pésimas condiciones, prácticamente en ruinas. Allí estuvo el cadáver olvidado hasta 1838, cuando el entonces presidente Anastasio Bustamante, fiel amigo y partidario del ex Emperador, hizo trasladar sus restos con todos los honores a la ciudad de México, a la Catedral Metropolitana, donde actualmente descansan.

El autor de nuestra independencia, quien es el verdadero Padre de la Patria, fue ultimado por los mismos mexicanos; no murió por el fuego español, murió cobardemente asesinado y humillado por los mismos que lo acompañaron en la lucha independentista, por los mismos que él acaudilló, liberó del yugo español y dio patria. Hoy sigue siendo un personaje desacreditado en la historia nacional. ¡Triste, negra y nefasta historia la nuestra!

Sin embargo, para su fortuna, momentos antes de ser cruelmente asesinado nuestro emancipador pudo expresar de viva voz, desde lo más profundo de su ser, las siguientes palabras: ¡Mexicanos!, en el acto mismo de mi muerte, os recomiendo el amor a la patria y observancia de nuestra santa religión: ella es quien os ha de conducir a la gloria. Muero por haber venido a ayudaros, y muero gustoso porque muero entre vosotros. Muero con honor, no como traidor. No quedará a mis hijos y su posteridad esta mancha. No soy traidor, no. Guardad subordinación y prestad obediencia a vuestros jefes: hacer lo que ellos os manden es cumplir con Dios. No digo esto lleno de vanidad, porque estoy muy distante de tenerla.

Ahora bien, supongamos que de todo lo que se le acusó a Iturbide hubiese sido cierto. ¿Merecía la muerte por ello? Como castigo pudo haber sido forzosamente exiliado, con una decorosa pensión, a cualquier país lejano para jamás volver, pero nunca la muerte y la humillación, como tristemente la tuvo. En la mayoría de las naciones, sus libertadores son los personajes más queridos y respetados, quienes reciben los más grandes honores, George Washington, por ejemplo, en los Estados Unidos. Y sería impensable que los mismos norteamericanos, ex allegados de él, lo hubiesen asesinado. Pero nuestro México es otra historia…

Como dato curioso, desde que Iturbide fue fusilado en la Villa de Padilla o la Antigua Padilla, esta población empezó a sufrir toda clase de calamidades: sequías, inundaciones, epidemias…, hasta que en el año de 1970 construyeron la presa Vicente Guerrero o de Las Adjuntas, que inundó toda la cabecera municipal hasta hacerla desaparecer por completo. (Vicente Guerrero fue primero allegado de Iturbide y después su enemigo.) Hoy en día, sólo es posible ver partes de la ruinosa iglesia y de la escuela cuando el nivel de las aguas es muy bajo. De hecho, hay o hubo un pequeño monumento en el lugar donde fue ejecutado nuestro héroe. La población fue trasladada a unos kilómetros del lugar llevando el nombre de Nuevo Padilla. Existe una vieja sentencia entre los lugareños: Cuando Iturbide murió, Padilla murió con él. Vaya que si tal sentencia es cierta. Y quizá hoy, a como están las cosas aquí, ésta bien podría aplicarse al resto del país.

En conclusión, una nación que asesina a quien la hizo patria, a quien la emancipó, no puede ser llamada nación. Una nación que asesina a su padre es una nación no bien nacida, una nación desnaturalizada y enferma, por tanto, tampoco puede tener buen destino; y bien se le puede llamar “Ingrata y Parricida”. Además, una nación que, después de 200 años, no aprovecha el momento histórico para corregir y ordenar su historia, para lavar sus culpas, para sacar del descrédito y del olvido a su verdadero Padre y Libertador y de darle el lugar que amerita, bien merece ser llamada doblemente “Ingrata y Parricida”. ¡Felices fiestas!...

sábado, 20 de diciembre de 2008

La crisis global, Obama, las expectativas, el futuro…

. . Jorge Adame Martínez
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El mundo vive momentos turbulentos e inéditos. La economía se colapsa; los mercados y las bolsas de valores se desploman; las instituciones financieras entran en severa crisis y suspenden los créditos; las grandes compañías multinacionales se tambalean; el desempleo se incrementa; los gobiernos, de un creciente número de países, entran infructuosamente al rescate de muchas de sus instituciones y empresas estratégicas (aunque esto vaya en contra de los fundamentos del capitalismo). El nerviosismo y la incertidumbre de los inversionistas y de la sociedad van en aumento. Nadie tiene idea de los verdaderos alcances de esta mega crisis globalizada, ni de cómo se va a salir de ella; el futuro inmediato se vislumbra por demás incierto.

Hay esperanza, pese a todo, la que, en circunstancias como ésta, suele venir acompañada de algún factor subjetivo rescatador, como Dios; el azar o la buena fortuna; el karma positivo; los ciclos naturales o espirituales; algún mesías, superhombre o salvador (cuasi omnipotente)…

Los tiempos, fortuitamente, se sincronizan. Mientras la crisis se agrava, el mundo aguarda con suma ilusión y apremio la llegada del hombre de quien se espera tenga las soluciones y respuestas a la mayoría de los problemas económicos que nos aquejan.

El hombre es Barack Obama; la gran esperanza, el presidente electo de la nación más poderosa del planeta, los Estados Unidos; político a quien se le considera “fresco”, carismático, talentoso, lleno de convincentes promesas y de buena voluntad... Toda la atención y las expectativas están puestas en él.

Sin embargo, el mundo –por causa de su creciente desesperación– pretende verlo como el hombre mesiánico todo poderoso, quien, por fortuna, debe poseer la capacidad de realizar el gran milagro de salvar a la economía y el bienestar global. Es como el San Martín de Porres de la política moderna (pues ambos personajes comparten aspectos en común: los dos son mulatos, han superado grandes obstáculos, son los primeros de su raza, uno en ser santo del continente americano, y el otro, presidente de su país. Además, son carismáticos, probos, se les ha conferido la supuesta misión de ayudar o de rescatar a la humanidad de sus más difíciles pesadumbres y, también, se les pide que obren milagros).

Desafortunadamente, B. Obama no podrá cumplir con todas esas exageradas e irrealizables expectativas puestas en él, porque éstas son demasiadas y bastante complejas. Además, la severa problemática financiera cada día se torna más grave, y nadie tiene idea de su profundidad, aunque los enterados coinciden que es abismal. (Si nadie conoce su verdadero diagnóstico, menos su solución.) Las presiones sobre él serán enormes e irán en aumento.

Ahora bien, como consecuencia de esta circunstancia, que se va volviendo más difícil, el futuro se percibe sumamente complicado, por no decir aterrador; y uno de los posibles escenarios que podrían surgir (basado en la manera cómo suele reaccionar la conducta humana ante situaciones extremas como ésta), sería el siguiente: después de los innumerables e infructuosos esfuerzos coordinados de los distintos gobiernos y sus bancos centrales, instituciones financieras y empresas transnacionales, se agudizarían aún más la angustia, el pavor y la incertidumbre, es decir la crisis psicológica, en todos los sectores de la sociedad. Cada gobierno, institución, empresa, grupo, familia e individuo, por separado, empezarían a realizar acciones bastante desesperadas, poco pensadas. Como resultado de esto, se generarían enormes conflictos entre todas las partes, porque al buscar cada quien, de forma independiente, las mejores soluciones, no medirían los límites y consecuencias, y terminarían atropellándose entre sí, lo que provocaría aún mayores problemas a los que se busca solucionar. Por consiguiente, se presentaría el enorme riesgo de que todo se tornase en un mega caos generalizado e incontenible.

He aquí algunos escenarios reales e “hipotéticos” que podrían ayudar a ejemplificar lo anteriormente dicho:

1. Diversos bancos, que padecen fuertes problemas, deciden tomar ciertas medidas extremas, como congelar las cuentas de sus clientes, algunos de ellos extranjeros. Tal situación provocaría conflictos entre los involucrados, así como entre sus gobiernos. (Esto acaba de suceder en Islandia, lo que ha causado ya severos problemas entre el Reino Unido y ese país.)

2. Importantes bancos multinacionales, debido a los insostenibles problemas en sus casas matrices y países de origen, optarían por retirar importantes sumas de capital de las ramas que tienen en otras naciones, dejando a tales ramas con escasos recursos para maniobrar y cumplir con muchas de sus obligaciones. Tal circunstancia, indudablemente, generaría enormes dificultades entre los cuentahabientes, bancos y gobiernos. (Estas desviaciones o toma de capital, al parecer, ya están ocurriendo.)

3. Algunos gobiernos deciden rescatar diversas empresas estratégicas con dinero de los contribuyentes (impuestos), lo que provocaría (o ya está provocando) malestar en buena parte de la ciudadanía. Sin embargo, podrían existir algunas empresas que fueron originarias de esos países y que ahora son controladas por matrices y capital extranjero y otras que son parte de grandes multinacionales foráneas que recibirían dinero no de sus propios gobiernos, sino de los gobiernos de donde fueron nativas o de donde se hallan asentadas. El malestar de la ciudadanía sería aún mayor. Otorgar importantes recursos a empresas de capital extranjero, con tal de salvar fuentes de trabajo, ingresos fiscales… es algo que el ciudadano común difícilmente entendería. (Esto ya se está viendo con el gobierno sueco en su intento de rescate de dos de sus otrora empresas automotrices ahora en manos de dos de las artibuladas gigantes estadounidenses, así como con el gobierno de Canadá que anunció ayuda económica para las armadoras norteamericanas asentadas en su país.)

4. Gobiernos de algunos países pobres y en vías de desarrollo optan, de manera unilateral, por entrar en moratoria o en suspensión de pagos con sus acreedores extranjeros, lo que generaría fuertes problemas políticos y financieros entre las naciones involucradas. O, también, en diversas latitudes, distintas empresas y organizaciones hacen algo parecido, lo cual igualmente generaría serios problemas con los bancos, los proveedores… (Esto ya está sucediendo con el gobierno de Ecuador y sus acreedores; así como con un sinnúmero de empresas y organizaciones, en distintas partes del mundo.)

5. Y así podríamos seguir enumerando infinidad de ejemplos más.

En síntesis, el diagnóstico de la economía es bastante grave, las soluciones no están funcionando y los pronósticos no podrían ser peores, a pesar de que los políticos y algunos economistas (no muy brillantes) traten de minimizar la cruda realidad. Se puede anticipar que Barack Obama, pese a todos sus esfuerzos, poco podrá hacer para rescatar las devastadas finanzas de su país y menos aún las del mundo, porque todo parece indicar que el mal de la economía globalizada es terminal; y además no hay hombre, que por poderoso y mejor intencionado que sea, pueda salvar a un moribundo prácticamente desahuciado. En tanto, a nosotros sólo nos queda prevenirnos, de la mejor manera que podamos encontrar, de un entorno que, por las nuevas condiciones globales, nos es por completo desconocido. Sin embargo, siempre tendremos la esperanza de que toda esta crisis no sea tan grave, que se solucione pronto, que deje los menores daños posibles, que se genere un nuevo y mejor orden económico mundial (menos globalizado y polarizado) y que, además, algo extraordinario suceda. Pero, tal y como se vislumbra el futuro, quizá esto sea mucho que pedir o esperar. Ya el tiempo dirá.
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jueves, 20 de noviembre de 2008

La globalización y nuestra relación con el “tiempo globalizado”

Jorge Adame Martínez
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El mundo globalizado ha traído consigo un sinnúmero de cambios bastante trascendentes en la vida del individuo y la sociedad. Tales cambios van desde la homologación de los procesos productivos a las tendencias del consumo, pasando por la cultura, los gustos, las modas, la conducta… de los pueblos. Es decir, la globalización está homologando el estilo de vida y el modo de pensar de la civilización actual.

Sin embargo, existe un factor de la máxima trascendencia del cual, por su propia obviedad (y subjetividad), no estamos del todo conscientes y es fundamental en toda esta transformación: ¡la homologación en la percepción y en el manejo del tiempo!

El tiempo, se podría decir, es concebido en dos niveles: el externo, o “tiempo real”, que está actuando continuamente en todos los procesos o movimientos de la vida; y el interno, o “tiempo psicológico”, que es una variante del externo, que al momento de penetrar la psique, al ser percibido por ésta, se altera de acuerdo a los estados anímicos y de consciencia del individuo, así como por sus circunstancias personales y del momento.

Ahora bien, en el mundo globalizado (cuya principal característica es el ser una entidad homologada [que no homogénea], mecanizada y encerrada en sí misma) todo se mueve bajo un mismo tiempo o pulso, igualmente globalizado. Este tiempo psicológico (¿o el real?) “globalizado”, presenta características muy particulares, aún en desarrollo: su velocidad o ritmo se va intensificando continuamente; es bastante mecanizado; demanda o absorbe gran parte de la capacidad perceptiva del cerebro humano, es decir, consume muchos de sus recursos psíquicos (por ello, la creciente propensión al estrés, al olvido, a la distracción, a la fatiga, a la neurosis, a la violencia, a la transgresión, a la depresión, a la despersonalización…); además, nos incita a ejecutar un mayor número de cosas de las que podemos llevar a cabo, a gastar muchos más bienes de los que producimos, así como a absorber mayores cantidades de información de las que podemos procesar… Y por más velocidad que le imprimamos a nuestras vidas, el resultado final es, invariablemente, el inverso: el tiempo en vez de ensancharse cada día se acorta más, rinde menos, a pesar de nuestros esfuerzos y de los grandes avances de la tecnología, las comunicaciones y las telecomunicaciones. En pocas palabras, ¡el tiempo no nos alcanza; siempre traemos prisa, y eso nos altera en demasía!

Por consiguiente, este fenómeno global está provocando, entre muchas otras cosas, que la psique y el sistema nervioso del individuo y de la humanidad estén reaccionando de modos bastante similares y patológicos. Asimismo, nos está resultando muy difícil o imposible adaptarnos a esta nueva condición porque la humanidad ha estado habituada o condicionada, tanto histórica, como psicológica y neurológicamente, para vivir bajo otra dinámica, aquella en la que desde siempre había vivido (o en la que aún viven algunos pueblos y comunidades rurales mal comunicados y aislados de la modernidad). Por tal motivo, en el mundo contemporáneo cada día se están manifestando más enfermedades tanto físicas como psicológicas y psicosomáticas, aparte de estarse presentando cada vez con mayor frecuencia e intensidad. En otras palabras, el “tiempo globalizado” tiene la capacidad o el poder de controlar por completo nuestra percepción y conducta, modificando significativamente nuestra relación con nosotros mismos y con el mundo. Ahora, si ¡el tiempo lo rige todo!, entonces ¡el tiempo globalizado y alterado lo rige todo globalizada y alteradamente!

De manera figurada, se podría decir que la humanidad actual se encuentra presa dentro de una muy intrincada y demandante “red perceptiva” (o mente colectiva muy perturbada), que es configurada y controlada por el ahora “tiempo globalizado”. Tal “red” pulsa al unísono con la psique humana porque tanto la red como la psique están conformadas del mismo componente psíquico, incluso se podría aseverar que son lo mismo. Es por ello que hoy, más que nunca, la mayoría de los procesos mentales y conductas de los individuos se halla, de cierto modo, sumamente sincronizado u homologado, y con muy poco espacio para alguna autonomía o independencia.

En consecuencia, la pregunta que ahora aflora es la siguiente: ¿fue dicha “red” la que creó o alteró toda esta nueva dinámica psicológica y perceptiva del individuo y la sociedad, o fue la psique la que creó o alteró a la “red” con todas sus múltiples características? Quizá, la respuesta más pertinente sería que la psique colectiva (¿acaso, también aunada a la fuerte y nociva acumulación ambiental de las innumerables ondas electromagnéticas, de radio… generadas por la tecnología?) fue creando, paulatinamente, estas nuevas condiciones, pero que, a su vez, estas condiciones fueron alcanzando tal magnitud, fuerza y supremacía que ahora son ellas las rectoras arbitrarias de la mente colectiva e individual humana (la misma mente que las alimenta y fortalece). Y lo más grave es que todo esto se ha convertido en un muy intrincado y opresivo círculo vicioso del cual es muy difícil salir, si no es que imposible.

Finalmente, la única salida factible, de que se pudiera pensar, para solucionar este mega embrollo y confinamiento metafísico humano sería el que la propia naturaleza tomara el control de las circunstancias, regresando las cosas a su orden original. Esto podría significar el fin de la actual civilización, pero le permitiría al género humano tener otra oportunidad para empezar de nuevo, sin todas estas terribles cargas psíquicas, históricas y culturales que nosotros mismos hemos creado. Sin embargo, el solucionar este problema llevaría necesariamente, además de destrucción y sufrimiento, un elemento por demás irónico, ¡tiempo!
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jueves, 30 de octubre de 2008

La utópica unificación o globalización de la humanidad y el mundo

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Jorge Adame Martínez
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La búsqueda y obtención de la unidad o unificación de la humanidad (the unity or oness of humankind) y de todo lo relacionado con ella ha sido uno de los sueños más antiguos y sublimes de un gran número de filósofos, pensadores, místicos e idealistas de todos los tiempos. Dicho sueño u objetivo pretende que las divisiones raciales, sociales, económicas, religiosas, culturales, etc. terminen o se difuminen al máximo, para así homologar a la humanidad en una gran masa uniforme y equitativa, donde todos sean iguales o se hallen lo más cercano a serlo.

Quizá tres de los intentos más próximos en la búsqueda de este objetivo han sido, en cierta forma, el fallido y opresivo comunismo y, más recientemente, aunque en un sentido muy distinto y democrático, la creación de la Unión Europea, así como la globalización de la economía, la cultura, las modas… (lo que en gran medida se ha logrado gracias a la tecnología, las comunicaciones y las telecomunicaciones, así como a las fuertes necesidades expansionistas de los gobiernos de países poderosos y de las grandes empresas transnacionales).

El mundo idílico que muchos de estos idealistas han planteado es que como efecto de esta igualdad y equidad de oportunidades, posesiones, educación, pensamiento y conciencia la humanidad pudiera, finalmente, aspirar a ser más feliz y encontrarse más cercana a la plenitud y la perfección; y el mundo, igualmente, podría ser un mejor y más placentero lugar para vivir y desarrollarse.

Sin embargo, si analizamos más a detalle los acontecimientos de los últimos años y, en particular, los de los últimos meses de 2008, fácilmente podemos encontrar que el factor que está agravando aún más la problemática de la sociedad y del mundo es, irónicamente, esta realidad (aún en desarrollo) de globalización o unificación.

Un símil para entender de manera más simple la compleja situación actual, es que mientras el mundo anterior a la globalización era un mundo muy diverso, lleno de particularidades, y que por lo mismo tenía y ofrecía diferentes opciones, el mundo actual, globalizado, no permite mayores alternativas o salidas; es un todo cerrado (aunque bastante amplio), cada vez más mecanizado y masificado y, por ende, muy propenso al hastío y la monotonía. Digamos, por ejemplo, que anteriormente la humanidad vivía en un sinnúmero de casas y edificios departamentales, si uno se incendiaba o colapsaba había otros lugares a donde poder recurrir. Hoy, en el mundo globalizado, tal alternativa no existe: todos vivimos en un solo y único gran edificio de departamentos (aunque de distintos tipos), en un mismo mundo totalmente inter conectado, y si el edificio o mundo se incendia o colapsa todos nos incendiamos y colapsamos porque no hay más a donde ir o escapar. Nosotros no fuimos capaces de crear los mecanismos o salidas de emergencia o supervivencia necesarios, porque nunca imaginamos que, en algún momento, los podríamos requerir.

Por consiguiente, se puede decir que la pluralidad –por su misma vastedad, dinámica y apertura– tiende a generar conflicto, caos, incertidumbre…, como consecuencia natural de que todas sus unidades buscan desarrollarse y poseer más, así como competir y posicionarse lo mejor posible. Pero, asimismo, existe un gran dinamismo expansivo que genera una fuerte diversidad de alternativas y opciones. Todo mundo procura ver hacia afuera para saber, primero, donde se encuentra y, luego, hacia dónde quiere dirigirse.

Mientras tanto, la unidad (entiéndase homologación, globalización) tiende, en principio, hacia una aparente expansión y equidad, aunque su dinámica no es realmente expansiva ni equitativa. Todo existe y se genera dentro de sí misma, y el poder, riqueza y conocimiento se concentra en tan sólo unos cuantos (los más hábiles, fuertes y ambiciosos). Todo se mueve en amplios círculos, en un ambiente cerrado que termina en sus propias fronteras (las que por más grandes que aparenten ser no dejan de estar limitadas). No hay nada afuera, y lo que hubiese lo termina por engullir, destruir o ignorar.

No obstante, cuando se llega a suscitar un verdadero caos generalizado, el mundo globalizado no sabe cómo reaccionar porque no tiene hacia donde recurrir. Tiende a moverse angustiosa, errática e improvisadamente, para terminar por cimbrarse o colapsarse, después de una larga serie de muy arduos, prolongados e infructuosos esfuerzos. En pocas palabras, no creó ni tiene los recursos apropiados para enfrentar escenarios extremos –provocados por sí mismo–, porque jamás pensó que pudiesen existir y menos presentarse.

Uno de los efectos psicológicos más comunes y devastadores que genera esta globalización y encerramiento es el creer que todo se sabe, que todo se tiene bajo control y que los imponderables que se puedan presentar son perfectamente predecibles y controlables. Hay una muy marcada (y peligrosa) sensación de autosuficiencia. Nada existe que no se pueda prever y controlar, todo se regula o auto regula como consecuencia de su misma naturaleza; de la dinámica de las circunstancias; o por normas que, en momentos extremos, parecen ser bastante endebles, insuficientes y casi improvisadas.

Sin embargo, esta gran falacia se está convirtiendo en el factor determinante -altamente destructivo- de una sociedad cerrada que no quiere ni puede ver más allá de sus propias creencias, teorías y previsiones; de una sociedad obsesionada en la búsqueda de la felicidad (lo que eso pueda significar, dígase: poder, riqueza, posesiones, éxito, prestigio, comodidad, placeres…), y que ha venido haciendo todo lo que siente necesario para lograr ese inalcanzable ideal (el cual no existe tal como lo imagina, salvo en sus más insanas y desfasadas fantasías).

Este proceder, tan obtuso y obsesivo, es el que nos está llevando al individuo y a la sociedad al punto donde hoy nos encontramos: al borde del abismo; abismo del que nadie sabe su profundidad y nivel de destrucción.

Finalmente, ésta es la tan utópica y anhelada unificación o globalización, es decir, el fin o el adiós a la diversidad; a la creatividad; a la vida natural, simple y espontánea; vida que permitió a la humanidad llegar hasta donde hoy nos encontramos.

Mañana, quién sabe qué vendrá ni cómo reaccionemos ante los nuevos imprevistos que indudablemente llegarán, si es que no se encuentran ya aquí.