jueves, 20 de noviembre de 2008

La globalización y nuestra relación con el “tiempo globalizado”

Jorge Adame Martínez
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El mundo globalizado ha traído consigo un sinnúmero de cambios bastante trascendentes en la vida del individuo y la sociedad. Tales cambios van desde la homologación de los procesos productivos a las tendencias del consumo, pasando por la cultura, los gustos, las modas, la conducta… de los pueblos. Es decir, la globalización está homologando el estilo de vida y el modo de pensar de la civilización actual.

Sin embargo, existe un factor de la máxima trascendencia del cual, por su propia obviedad (y subjetividad), no estamos del todo conscientes y es fundamental en toda esta transformación: ¡la homologación en la percepción y en el manejo del tiempo!

El tiempo, se podría decir, es concebido en dos niveles: el externo, o “tiempo real”, que está actuando continuamente en todos los procesos o movimientos de la vida; y el interno, o “tiempo psicológico”, que es una variante del externo, que al momento de penetrar la psique, al ser percibido por ésta, se altera de acuerdo a los estados anímicos y de consciencia del individuo, así como por sus circunstancias personales y del momento.

Ahora bien, en el mundo globalizado (cuya principal característica es el ser una entidad homologada [que no homogénea], mecanizada y encerrada en sí misma) todo se mueve bajo un mismo tiempo o pulso, igualmente globalizado. Este tiempo psicológico (¿o el real?) “globalizado”, presenta características muy particulares, aún en desarrollo: su velocidad o ritmo se va intensificando continuamente; es bastante mecanizado; demanda o absorbe gran parte de la capacidad perceptiva del cerebro humano, es decir, consume muchos de sus recursos psíquicos (por ello, la creciente propensión al estrés, al olvido, a la distracción, a la fatiga, a la neurosis, a la violencia, a la transgresión, a la depresión, a la despersonalización…); además, nos incita a ejecutar un mayor número de cosas de las que podemos llevar a cabo, a gastar muchos más bienes de los que producimos, así como a absorber mayores cantidades de información de las que podemos procesar… Y por más velocidad que le imprimamos a nuestras vidas, el resultado final es, invariablemente, el inverso: el tiempo en vez de ensancharse cada día se acorta más, rinde menos, a pesar de nuestros esfuerzos y de los grandes avances de la tecnología, las comunicaciones y las telecomunicaciones. En pocas palabras, ¡el tiempo no nos alcanza; siempre traemos prisa, y eso nos altera en demasía!

Por consiguiente, este fenómeno global está provocando, entre muchas otras cosas, que la psique y el sistema nervioso del individuo y de la humanidad estén reaccionando de modos bastante similares y patológicos. Asimismo, nos está resultando muy difícil o imposible adaptarnos a esta nueva condición porque la humanidad ha estado habituada o condicionada, tanto histórica, como psicológica y neurológicamente, para vivir bajo otra dinámica, aquella en la que desde siempre había vivido (o en la que aún viven algunos pueblos y comunidades rurales mal comunicados y aislados de la modernidad). Por tal motivo, en el mundo contemporáneo cada día se están manifestando más enfermedades tanto físicas como psicológicas y psicosomáticas, aparte de estarse presentando cada vez con mayor frecuencia e intensidad. En otras palabras, el “tiempo globalizado” tiene la capacidad o el poder de controlar por completo nuestra percepción y conducta, modificando significativamente nuestra relación con nosotros mismos y con el mundo. Ahora, si ¡el tiempo lo rige todo!, entonces ¡el tiempo globalizado y alterado lo rige todo globalizada y alteradamente!

De manera figurada, se podría decir que la humanidad actual se encuentra presa dentro de una muy intrincada y demandante “red perceptiva” (o mente colectiva muy perturbada), que es configurada y controlada por el ahora “tiempo globalizado”. Tal “red” pulsa al unísono con la psique humana porque tanto la red como la psique están conformadas del mismo componente psíquico, incluso se podría aseverar que son lo mismo. Es por ello que hoy, más que nunca, la mayoría de los procesos mentales y conductas de los individuos se halla, de cierto modo, sumamente sincronizado u homologado, y con muy poco espacio para alguna autonomía o independencia.

En consecuencia, la pregunta que ahora aflora es la siguiente: ¿fue dicha “red” la que creó o alteró toda esta nueva dinámica psicológica y perceptiva del individuo y la sociedad, o fue la psique la que creó o alteró a la “red” con todas sus múltiples características? Quizá, la respuesta más pertinente sería que la psique colectiva (¿acaso, también aunada a la fuerte y nociva acumulación ambiental de las innumerables ondas electromagnéticas, de radio… generadas por la tecnología?) fue creando, paulatinamente, estas nuevas condiciones, pero que, a su vez, estas condiciones fueron alcanzando tal magnitud, fuerza y supremacía que ahora son ellas las rectoras arbitrarias de la mente colectiva e individual humana (la misma mente que las alimenta y fortalece). Y lo más grave es que todo esto se ha convertido en un muy intrincado y opresivo círculo vicioso del cual es muy difícil salir, si no es que imposible.

Finalmente, la única salida factible, de que se pudiera pensar, para solucionar este mega embrollo y confinamiento metafísico humano sería el que la propia naturaleza tomara el control de las circunstancias, regresando las cosas a su orden original. Esto podría significar el fin de la actual civilización, pero le permitiría al género humano tener otra oportunidad para empezar de nuevo, sin todas estas terribles cargas psíquicas, históricas y culturales que nosotros mismos hemos creado. Sin embargo, el solucionar este problema llevaría necesariamente, además de destrucción y sufrimiento, un elemento por demás irónico, ¡tiempo!
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